Se hace muy difícil hablar de My Chemical Romance cuando no uno no quiere recurrir a la frase cliché “es una banda que amas o odias”, pero por suerte uno puede ser más descriptivo. Las reacciones que este grupo causa en la escena casi nunca incluyen la indiferencia: si uno no se encuentra con la necedad del fanático acérrimo que lo defiende hasta la muerte, se topa con la soberbia del oyente de música rock de la old-school que lo desprecia a más no poder.
De todos modos esa neblina le dificulta a uno formular un juicio transparente a la hora de escuchar con atención una de sus obras musicales. Esos dos grupos antagónicos siguen existiendo alimentados por las convicciones del otro, y la batalla infinita sigue inundando formularios de comentarios en entradas de blogs como este. Sí, la contienda es patética, pero hoy nos toca reseñar el último álbum de la banda, titulado Danger Days: The True Lives Of The Fabulous Killjoys.
El antecedente más inmediato a este disco es el último largo que se lanzó, el álbum de 2006 The Black Parade, al cual se considera una de las obras cumbres en la oleada del emo (aunque ellos renieguen de ello) debido al tratamiento visual que recibió para su promoción (videos en blanco y negro con disfraces y mucho maquillaje de más); aunque esa valoración superficial lo infravaloró artísticamente: fue un álbum conceptual sobre la enfermedad y la muerte con discursos bastante profundos y momentos experimentales bastante brillantes.
“Danger Days” viene con el propósito de significar una reinvención de ese estilo, y los cambios más significativos vienen desde afuera: los miembros del grupo cambiaron su apariencia por una mucho más extravagante. Aunque podría pasar por reciclaje ochentero del que ya nos cansamos de ver, su nuevo look homenajea a los cómics de superhéroes y a las series de televisión de ciencia ficción, y eso puede verse con más detalle en los videos musicales que están lanzando para sus nuevos sencillos.
Al comienzo el sonido de MCR mantiene, dentro de todo, su esencia. La pista que viene inmediatamente después de una pequeña introducción de 30 segundos, “Na Na Na”, nos lo anuncia. Los sonidos de distorsión de guitarras y los esquemas rítimos son elementos constantes que parecen conservarse eternos desde su debut y siguen manufacturando un punk/pop de radio que, ahora que se elimina la obscuridad, es más accesible y cálido que nunca. La siguiente, “Bulletproof Heart”, que tiende a concretar melodías menos estridentes, está hecha de lo mismo.
Pero el repertorio difícilmente afloja con aquella energía, dictada por la voz del vocalista Gerard Way, excepto cuando ésta decide adoptar una forma más sosegada. Ello sucede, por ejemplo, en “SING”, que difiere con el frenetismo de las demás canciones. Durante el transcurso de ese tema podemos escuchar algunos sonidos de sintetizadores que crean una atmósfera sci-fi que se consolida completamente en el track que viene después, “Planetary (GO!)”, un momento en el que se hace presente el dance punk, haciendo algo realmente memorable. Para poder retomar de nuevo al lado pesado, “The Only Hope For Me Is You”, “Party Poison” y “Save Yourself, I’ll Hold Them Back” (los tres temas que siguen, limitados por otro interludio entre el primero y el segundo), sólo manifiestan reminiscencias del elemento electrónico en sus introducciones.
Desde ahí, los highlights abundan y son los más sorprendentes: “Summertime” y “The Kids From Yesterday”incursionan tímidamente en el dream pop con resultados excepcionales; “DESTROYA” crea un paradigma entre el punk y el tribal; y “Vampire Money” un rock esquizofrénico que comienza al ritmo del himno nacional estadounidense
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