“Tu boca dice no, pero tu cuerpo dice sí...”(Freddy Krueger)
Mientras sonaba el inevitable “All I have to do is dream” de los Everly Brothers durante los créditos finales de ‘Pesadilla en Elm Street: El origen’, me encontraba desparramado en la butaca tras soportar con resignación un soberano aburrimiento de una hora y media, pensando en cómo se puede emplear a tantos profesionales para construir películas tan mediocres. Más de 250 personas han trabajado, han puesto su esfuerzo, su supuesto talento y su ilusión, para fabricar un producto tan deleznable como esta nueva entrega de ‘Pesadilla en Elm Street’. Puede señalarse como máximo responsable a Samuel Bayer, pero yo apuntaría un poco más alto, al que ha manejado los hilos de ese director pelele; apuntaría a la cabeza rellena de serrín de Michael Bay, productor y principal valedor de esta cosa.
Desde el año 2003, a través de su compañía Platinum Dunes, Bay se está dedicando a desempolvar y resucitar iconos del cine de terror de los 70 y 80, consciente de la rentabilidad de las ideas (del producto, de las imágenes) y de que los jóvenes que llenan hoy las salas no han visto casi nada anterior a los 90 (siendo muy benévolos), resultando para ellos más atractivo ver una revisión actual que buscar el film original, con unos actores, un ambiente y una estética que no va con ellos. Así que el responsable de ‘Transformers’ deja el proyecto en manos de un director inexperto al que puede manejar, curtido en la realización de modernos y llamativos videoclips; se agita un poco la red, se gasta un dineral en promoción y, ¡voilà!, en unos meses llega a los cines un churro que logra en taquilla más del doble de lo que costó perpetrarlo. Y a por otro.
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